25.03.2008
La proyección de ’Powers of Ten’ (1977), obra de los arquitectos Charles y Ray Eames, hizo las veces de intro para el espectáculo de inauguración. En este cortometraje en vídeo, observamos una escena cotidiana aumentada y disminuida espacialmente según la 10ª potencia de 10 centímetros. El efecto sobre nuestra perspectiva es fascinante, al alejarnos primero hacia las vastedades del cosmos, y luego introducirnos en la piel de las personas a las que se enfoca. Una experiencia visual que bien podría hacer las delicias de Stanley Kubrick, con banda sonora electrónica a cargo de Fran MM Cabeza de Vaca, colaborador habitual del colectivo ZEMOS98.
Para mantener la atracción sobre los asistentes, el encuentro musical se abrió también con una proyección. El corto dadaísta ’Retorno a la razón’ (1923), de Man Ray, devino en hechizo gracias al zapateado de Israel Galván, convertido en magistral banda sonora. Tres minutos de vértigo flamenco-vanguardista que sirvieron de perfecto prólogo a la aparición del bailaor sevillano.
En un silencio sólo percutido por los clicks de alguna cámara, que se diría iban acompasados, se plantó Israel Galván ante el auditorio. Su baile flamenco, basado en una dinámica de sacudidas y silencios, produjo el milagro de la intimidad, instalando a los presentes en un estado de espléndida abstracción. Al final de su solo sobre el escenario, los pasos flamencos de Galván reclamaban a voces justo eso: las cuerdas vocales de un auténtico fenómeno.
Fernando Terremoto comenzaba cantando: "En ti yo puse mis ojos". Así se iniciaba el diálogo-espejo entre el cante y el baile, un duelo desnudo de artificios en el que ya el sentimiento empezaba a emerger pleno. Después de una memorable ’Antes que tuya fue mía’, que arrancó el aplauso crédulo del público mientras Terremoto abandonaba el escenario, Galván volvería a quedar solo sobre el mismo. En esta ocasión, echado a uno de los extremos, bailó sobre lo que parecía la arena de un ruedo.
Luego llegó el turno de Terremoto, desafiando de bruces al auditorio. Distintos tonos electrónicos iban dando notas de referencia al cantaor, quien iba regalando tonadas llenas de entereza, con alternancia de palos. Finalmente recitaría: "El tiempo parece no haber pasao / Se nos paró el tiempo / Y es que yo nunca había olvidao / El sabor de aquellos besos". Regreso al futuro, y ovación del público.
Entre una nube de humo espeso surgieron los tres miembros de Orthodox. Camuflados bajo las vestiduras del penitente, se presentaron sobre el escenario con su marea de sonidos rock. Al principio, creando una atmósfera de misterio y recogimiento a mitad de camino entre el post-rock más vigente y la música de cámara. Más tarde, evocando el sonido de unas inquietantes campanas, con el que Orthodox proponía su particular lectura de la Pasión: metal pesado, solemne y ritual que se extendía con largos drones y algún toque de psicodelia. El desarrollo fue quieto e inexorable, como el de un sacrificio.
Ese estado mental condujo a los presentes a la emocionante traca final. Reunidos en un clima de conmoción general, Galván, Terremoto y Orthodox juntaron sus artes y las elevaron a la máxima potencia -el poder de 3. No era flamenco, ni saetas de Semana Santa, ni heavy metal. Era un espacio en el que el tiempo se diluía y la gravedad quedaba hecha añicos. Así lo reconoció la audiencia, que hizo regresar a los culpables con un clamor encendido, certificando que el riesgo hace amigos.